Dentro de un pequeño diamante, en las cercanías de Capilla del Monte, en
la provincia de Córdoba, Argentina, un buscador de tesoros encontró una piedra con una
inscripción muy antigua que decía “Q°1*, la fórmula matemática de la belleza”.
El hallazgo
era algo más que un símbolo, porque Pablo, el buscador, sabía que la belleza
estaba referida a un estado del alma. ¿Tendría la fórmula del alma en estado
puro? ¿Sería este el camino científico entre el mundo del cuerpo y el del espíritu?
El problema era
que este buen señor no entendía nada de matemáticas y tenía miedo de que este
preciado descubrimiento cayera en manos peligrosas. Entonces, luego de
meditarlo un buen rato, entregó la fórmula al río dentro de una botella.
Pasaron unos
días y la botella llegó a un monasterio zen. La encontró un monje y,
maravillado por su descubrimiento, organizó una meditación multitudinaria con
la piedra como objeto de atención.
En ese
momento, el arco iris más grande jamás visto cruzó la villa e iluminó los
chakras principales de los monjes que participaban de la meditación colectiva.
Al rato un comenta dejó una estela gigante en el jardín de la casa de retiros y
las estrellas danzaban alrededor del recinto.
Luego, la piedra con la inscripción fue guardada en un cofre para ser
compartida con aquel científico que apareciera y fuera merecedor de tanta
belleza, el día en que la comprensión de la contemplación ilumine a las
ciencias.
Muy lindo tu relato, Silvana.Te mando un abracito!
ResponderEliminarMuchas gracias! Qué alegría encontrarte por acá! Otro abrazo!
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