Esta es una
controversia que es posible que sea superada en los próximos años por una nueva
cosmovisión, más integradora que el, me atrevería a decir, paradigma que
comienza a ser decadente.
Miguel Míguelez
Martinez expone que “el modelo de ciencia que se originó después del
Renacimiento sirvió de base para el avance científico y tecnológico de los
siglos posteriores. Sin embargo, la explosión de los conocimientos, de las disciplinas,
de las especialidades y de los enfoques que se han dado en el siglo XX y la
reflexión epistemológica encuentran ese modelo tradicional de ciencia no sólo
insuficiente sino, sobre todo, inhibidor de lo que podría ser el verdadero
progreso, tanto particular como integrado, de las nuevas áreas del saber”.
Como dice
también Martinez hay que tener en cuenta que no se puede computarizar un texto
bíblico, anular el efecto de una puesta de sol por un estudio científico o
destrozar la prosa y la poesía por el estructuralismo.
Hay un área,
como es el arte, que los grandes pensadores citan como ejemplo integrador de
una visión del mundo. Bertrand Russell sostenía que “la ciencia, como
persecución de la verdad, será igual pero no superior al arte” y Goethe decía
que “el arte es la manifestación de las leyes secretas de la naturaleza”. Paul
Dirac, Premio Nobel de física, opinaba que “la belleza de una teoría
determinaba si esta sería aceptada o no,
aún en contra de todas las pruebas experimentales hechas hasta el
momento”.
Será inevitable
entonces que los cambios en la formulación de la manera para encarar la
investigación y la búsqueda del conocimiento generen, a su vez, un cambio en
las ciencias y, en general, en todas las áreas de la educación y del saber.
La transformación
es, entonces, que de un paradigma más estático y lineal pasaremos a uno
holístico, ecológico y flexible. Una modificación que, como diría Fritjof
Capra, va mucho más allá de los cambios políticos y económicos que vienen
llevando a cabo los dirigentes de ahora.
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