Nadie las ve
excepto yo. Cada vez que paso por la calle Jung me suceden muchísimas
sincronicidades, pero claro, sólo tienen sentido para mí.
Cuando me
acerco al número 47 mi reloj se para y el minutero siempre tiene el número 33.
Luego, cuando me voy alejando, el reloj me muestra una hora similar a los
minutos, como por ejemplo, las 5.55 pm.
Pero la calle
Jung es magia, es símbolo y es alma.
Los
comerciantes de la zona venden libros sobre secretas ciudades subterráneas,
pociones mágicas con fórmulas de aceites esenciales más energía pránica, que
sería la energía vital, lapiceras con tinta blanca para sellar contratos
multidimensionales o para escribir sobre papiros negros, velas con aroma a
nostalgia y los últimos descubrimientos alquímicos (sólo los que se permiten
publicar, el Concejo decide que debe permanecer accesible sólo para la Orden).
Pero lo mejor: bolsitas rellenas con encanto
del misterio.
Todo ese mundo es mi mundo, lo tuve que
construir porque nadie se atrevía a pasar de ver en televisión o en cine una
película de Harry Potter. Yo sí fui más allá. Puse mi amor y mi deseo y formé
un lugar en el planeta donde asenté mi hogar en la calle Jung 47.
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